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Días para qué levantarse,
para qué un rostro
un bostezo
la calle,
esos días porqué
y a mi qué si amanece
déjame
por favor
tengo sueño.
La cama es un oasis, un desierto
el planeta, y yacer se erige de facto
y ad líbitum
en la única aspiración vital.

Días en los que el deseo tiene frío en los pies y la eternidad
se lava las manos, en que el silencio es
dios supremo y un invento otra vida
que no sea la tuya sola y dentro
de ti.

Días que sin fortuna has buscado, que no tienen santo
en el calendario, que tiemblan de ausencia tras
la ventana como el viento que se dibuja
en las hojas mecidas
por los árboles.

Mejor así.

Si logras encontrar alguno de esos días
a lo mejor te aguan la fiesta, incluso es posible
que te envíen a un campo
de trabajos forzados.

Nos hemos organizado como si el tiempo existiera.
Y encima llueve.

(J. P., 2003)

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